martes, 29 de marzo de 2016

Un pantalón genocida




Ayer, comentando el capítulo de Ministerio del Tiempo en Twitter (no hay spoilers, tranquilos), serie que os recomiendo profundamente, tuve una pequeña conversación sobre el “Rayadillo”, el uniforme de las tropas coloniales españoles que pudo verse en la serie. Este uniforme fue adoptado en 1868 y duró hasta el final de las colonias españolas de ultramar en 1898 y era un intento de adaptarse a la pólvora sin humo y buscar uniformes de baja visibilidad. El “Rayadillo”,  como su propio nombre indica, buscaba conseguir esto gracias a la superposición de rallas azules y blancas, lo que le daba de lejos un tono azulado que podía confundirse con el paisaje.

¿Y porque hablo de esto? Porque hoy vamos a hablar sobre uniformes de baja visibilidad y como las distintas naciones trataron de adaptarse a la pólvora sin humo y a la necesidad de confundirse con el paisaje para no convertir a sus soldados en dianas andantes. Los uniformes multicolores y coloridos típicos de las Guerras Napoleónicas habían ido quedándose anticuados durante el S. XIX debido al avance de la tecnología militar, que había aumentado el alcance útil de muchas armas y con ello la distancia a la que se combatía. Esto se sumaba a la aparición de la pólvora sin humo, que permitía que el campo de batalla no se viera envuelto en una neblina que ocultaba amigos y enemigos y convirtiendo la necesidad de confundirse con el terreno en algo importantísimo.

Las primeras pruebas llegaron en la Guerra de Secesión Norteamericana entre 1861 y 1865, donde el Ejercito Confederado empezó a vestir de gris, complicando con ello el tiro de los unionistas. Pese a la derrota sudista algunos tomaron nota de la importancia de disimular sus uniformes, entre ellos España, que estrenaría el “Rayadillo” solo tres años después. Curiosamente las grandes potencias europeas tardaron bastante más en adaptarse a los nuevos tiempos y solo Reino Unido, tras los problemas sufridos durante la Segunda Guerra Bóer (donde fueron cazados como conejos por los tiradores afrikáans, que pese a no usar uniformes sí que vestían de colores oscuros) adoptaron nuevos uniformes antes de la llegada del S. XX.

El Rayadillo en el Ministerio del Tiempo

Por poner un ejemplo cuando los estadounidenses desembarcaron en Cuba durante la Guerra de 1898 algunos españoles destacarían que su uniforme azul vivo los convertía en dianas perfectas, lo que explica el alto número de bajas que sufrieron frente a las mal suministradas fuerzas españolas pese a ser una guerra corta y victoriosa. Bueno, a este ratio de bajas también ayudo el maravilloso fusil Mauser (que también usarían los Bóers) y el combatir a la defensiva, pero la idea general es que ante la potencia de fuego moderna lo mejor era ser lo menos visible posible.

Por tanto podemos decir que a inicios del S. XX quien más y quien menos ya había visto la efectividad de los uniformes apagados para no ser cazados como conejos en caso de guerra. Pese a ello potencias como Alemania, Rusia o Austria-Hungría necesitarían aun la primera década del siglo para adoptar los uniformes y aun lo harían entre las protestas de muchos de sus líderes. Por ejemplo el Emperador Francisco Jose I consideraba el nuevo uniforme austrohúngaro vulgar, mientras que el encargado de explicarle al Kaiser Guillermo II las ventajas de los nuevos uniformes calificó la reunión con el monarca como desagradable.

Pero una de las potencias llegó tarde al cambio, hablamos, como no, de Francia. Y eso que curiosamente durante toda la época de la Paz Armada se mostraron abiertos a las mejoras tecnológicas y adaptaron todos los avances que pudieron a la guerra. Si señores, aunque suene extraño la Francia posterior a Napoleón hizo un buen trabajo en algún momento de su historia en el ámbito militar. La derrota en la Guerra Franco-Prusiana de 1870 les había despertado del letargo de autocomplacencia en el que vivían desde las Guerras Napoleónicas y había hecho que los 40 años anteriores a la Primera Guerra Mundial su ejército se convirtiera en una maquina casi perfecta.

Soixante-Quinze francés
Con una guerra frente a Alemania en el horizonte Francia era consciente de que estaba en inferioridad, sobre todo demográfica. No es solo que la población alemana fuera mayor, es que además crecía mientras la francesa se mantenía estancada. Crearon un estado mayor, aumentaron el servicio militar, prepararon una movilización perfecta… Y a ello le sumaron avances tecnológicos como su maravilloso cañón de 75mm, el Soixante-Quinze francés, el primer cañon de tiro rápido (no necesitaba ser reapuntado tras cada disparo) y que no solo sería básico durante la Gran Guerra sino que incluso llegaría a ser usado en la Guerra Civil Española casi 30 años después.


Entonces, ¿Qué ocurrió con los uniformes? Que simplemente llegaron tarde. Hasta antes de la Gran Guerra el Ejercito Francés usaba un uniforme muy característico, casaca azul, pantalón rojo y el quepis azul en la cabeza. Nada de baja visibilidad ni cascos de acero; todo muy elegante y napoleónico, además de patriótico. En el fondo el rojo y el azul, junto a correajes y otros detalles en blanco, eran los colores de Francia y se esperaba que el soldado francés, vestido con la tricolor, combatiera con mayor ahínco contra los enemigos de su patria. Y este, y no otro motivo, fue el que llevo a los franceses a entrar en la Gran Guerra como dianas andantes.

Y ojo, los motivos no fueron militares, sino mucho más prosaicos. Los teóricos militares hicieron bien su trabajo y tan pronto como en 1903 y al calor de la Segunda Guerra Bóer empezaron los experimentos para cambiar los uniformes y adaptarlos a la nueva manera de hacer la guerra. La primera prueba, como no, siguió la moda afrikáans y se llamó “tenue boër”, ya que incluso incluía un sombrero semejante al que usaban los combatientes sudafricanos. Pese a todo no gusto en el ejército e incluso uno de los oficiales de los regimientos con el nuevo uniforme llego a decir a sus hombres que aunque ahora tuvieran un uniforme “feo” seguían perteneciendo al ejército francés.

El "tenue boër"

Las pruebas continuaron y en 1911 ante la evidencia de la necesidad de un cambio se probó con el “tenue réséda” que pese a su color verde grisáceo y su capacidad para confundirse con el terreno no recibió sino críticas desde todos los ámbitos: fue pitado en un desfile, criticado por los conservadores por ser poco patriótico y por algunos militares por eliminar el rojo, que era lo que daba valor a la tropa. Incluso la prensa llegará a decir que es un uniforme de mozo de cuadra y acusa a los francmasones de crearlo para reducir el prestigio del ejército.

El "tenue réséda"

Así las cosas las discusiones llegarían hasta 1913 cuando con los conservadores en el poder el Ministro de Defensa Eugène Étienne llegara a decir en la Cámara de Diputados que “Supprimer le pantalon rouge? Non! Le pantalon rouge, c´est la France.” (¿Suprimir el pantalón rojo? ¡No! ¡El pantalón rojo es Francia!) Y con esto quedó cerrada la discusión hasta que al año siguiente, a las puertas de la guerra y con un nuevo Ministro de Defensa, Adolphe Messimy, se decidió por fin adoptar el “tenue bleu-horizon” como nuevo uniforme. ¿El problema? Que tantas discusiones hicieron que la decisión llegara tarde, por lo que no llegó a las tropas hasta 1915.
El "tenue bleu-horizon", por fin un uniforme decente

Así que durante los primeros meses de la guerra los franceses tuvieron que combatir con su patriótico y elegante pero poco práctico uniforme, convirtiéndose en dianas andantes para los tiradores alemanes. Ello, sumado a la táctica francesa que insistía en el ataque a ultranza (con oficiales a caballo y sable en mano) y a pecho descubierto contra ametralladoras, alambradas y tiradores, hizo que nada más durante la Guerra de Movimientos de 1914 los franceses perdieran algo menos de medio millón de hombres entre muertos y heridos.

Obviamente no todo fue culpa del uniforme, pero sí que muchos tiradores alemanes destacaron que la vistosidad de los franceses facilitaba la puntería y ayudaba a hacer blanco en ellos. Otros, como Edwin Rommel, añadirían al peligro del uniforme francés las cacerolas y enseres para hacer la comida que los soldados llevaban al cuello, levantando reflejos que facilitaban verles entre los campos de maíz. Pese a todo, podemos decir que con total seguridad el pantalón rojo del uniforme francés es una de las prendas de ropa que más muertos ha causado en la historia.
Todos ordenaditos para morir por Francia

miércoles, 9 de marzo de 2016

La importancia de la palabra


No es la primera vez que trato en este blog sobre temas relacionados con los problemas de la izquierda para encontrar un discurso valido y que llegué a los trabajadores. Y es que si en un momento pasado hablamos de cómo el Frente Nacional Francés conseguía avanzar electoralmente con muchas ideas, sobretodo en la vertiente económica, que podían considerarse de izquierdas la más que previsible victoria de Donald Trump en las primarias republicanas estadounidenses con unas ideas que cuadrarían perfectamente en cualquier partido de izquierdas (otras no, obviamente…) no deja de apoyar la teoría.

Pero hoy vengo a hablar de otras cosas. Ayer, día 8 de Marzo, fue el Día de la Mujer Trabajadora, y quizá debería haber subido este artículo ayer, pero quería dejar pasar el tiempo porque quería realizar un pequeño experimento que os mostraré al final. Por ponernos en contexto, el día 8 de Marzo conmemora la lucha de todas las mujeres trabajadoras por conseguir la igualdad respecto a los hombres. Con ello se busca homenajear todos los avances conseguidos y reclamar todos los que quedan por conseguir.

Es importante esto último. El 8 de Marzo no es el “Día de la Mujer”, sin más, es el “Día de la Mujer Trabajadora”. No es una celebración, ni motivo de júbilo, ni nada parecido a cualquier otra fiesta del Corte Ingles. Es por ello que ayer tuve distintas discusiones, tanto en Twitter como en otros medios, sobre la importancia de la última palabra, porque no es posible separar esta reclamación de igualdad de otras semejantes basadas en la lucha obrera. Porque la opresión es inherente al sistema capitalista y no es posible librarse de ella sin terminar con él también.

Es por ello que actos como los famosos carteles de Podemos, más allá de la poca consideración de poner a hombres como sus protagonistas, no son más que propuestas que complican la lucha. La eliminación de la palabra trabajadora en unos carteles de una formación que dice llamarse de izquierdas es un error enorme, incluso una traición. Pero no debería de extrañar a nadie, es otro paso más hacia la eliminación de cualquier referencia a la lucha obrera en la política “oficial”. Es más importante cambiar el nombre al Congreso de los Diputados que plantearse que hacer para lograr una igualdad real… Porque claro, cuando empiezas a plantearte cómo lograr dicha igualdad los pilares del sistema capitalista se tambalean, y eso no interesa a nadie, ni siquiera a los “progresistas”.

 Y para terminar el pequeño experimento, ayer publique en Facebook dos comentarios sobre el tema. Uno bastante neutro, simple, políticamente correcto, y sencillo de leer y digerir. ¿Conclusión? Éxito tremendo. Muchos Me Gusta y Compartidos. Es fácil de compartir y no se “moja” en exceso. Un tiempo más tarde publique otro escrito, más complejo, y escrito por Lenin, donde se incluían otras ideas quizá con menor aceptación política. ¿Qué ocurrió? Comparad los números…





jueves, 3 de marzo de 2016

Curiosidades Históricas - Beberse una colección de muertos


Para muchos la historia es considerada como la sucesión de grandes hechos realizados por grandes personas que han acabado llevando a la humanidad a lo que es en la actualidad. Por supuesto, la historia es algo mucho más que eso, aunque como es de esperar los ecos que nos han llegado de la antigüedad son los de los grandes momentos, hechos como el nacimiento de un campesino o la compra de un nuevo torno por un artesano no quedaban recogidos en las crónicas de la época; como es de esperar. Pero que hayan llegado pocas pequeñas historias no significa que carezcamos de ellas, aunque la gran mayoría tengan relación con hechos o personajes conocidos, como es lógico. En este blog somos aficionados a estas pequeñas historias y hoy vamos a narrar otro pequeño pedacito curioso de historia.

El gran personaje alrededor del cual gira nuestra historia es Pedro I de Rusia, apodado “El Grande”, con gran razón por cierto. Si esto fuera un libro de historia diríamos que Pedro I Romanov fue el creador de Rusia tal como la conocemos en la actualidad, nacido en el año 1672, subió al trono en 1682, con solo diez años, sucediendo a su hermano Teodoro III. Eso sí, no lo hizo solo, y es que su medio hermano, Iván V, tenía preferencia en la sucesión, pero debido a sus problemas físicos y mentales la Asamblea de Boyardos (Nobles Rusos) decidió que ambos gobernaran el país.

Pedro el Grande
Esta diarquía, sumada a la minoría de edad de ambos, sumió a la corte rusa en el caos. Curiosamente ambas facciones estaban dirigidas por mujeres, por un lado la madre de Pedro, la regente Natalia, y por otro lado la hermana de Pedro e Iván, la Zarevna Sofia. Esta última fue la vencedora y dominó a sus dos hermanos gobernando a su sombra. Esto llevó a que Pedro pudiera crecer prácticamente libre de control, visitando incluso los barrios de extranjeros que había en Moscú (la sociedad de la época era terriblemente xenófoba y se consideraba superior a los occidentales, obviamente comprendía la necesidad de tener extranjeros en sus ciudades para el comercio pero los apartaba y recluía en barrios). Estos contactos y la ausencia de una educación formal hicieron que Pedro fuera más abierto que sus contemporáneos y mirará a los extranjeros como gente de la cual aprender, no solo aprovecharse.

Finalmente entre 1689 y 1696 Pedro consiguió acumular todo el poder del estado en sus manos. Primero se libró de su hermana, a la cual encerró en un convento, luego de la influencia de su madre tras su muerte en 1694 y finalmente de su hermano, que también murió en 1696. Con 24 años y convertido en un gigante (seguramente un defecto genético, era alto, pero desproporcionado, con manos y cabeza pequeñas, y además sufría epilepsia) Pedro I empezó a modernizar a Rusia, tomando como ejemplo a los países occidentales.

Esta misión empezó en el ejercito, donde los viejos cuerpos, procedentes en su mayoría de finales de la Edad Media y del reinado de Iván el Terrible fueron eliminados y sustituidos por regimientos a la Europea. ¿El motivo? Gran parte del ejército era contrario a las reformas. Pero no se quedó ahí, obligo a los hombres a afeitarse las barbas y a las mujeres, hasta ahora siempre apartadas, a participar en las relaciones sociales, impulsó la educación fundando universidades y colegios superiores, fundó el primer periódico del país e incluso adaptó el calendario ruso al juliano (el viejo empezaba en Septiembre). Esto último acabaría siendo un problema, ya que mientras toda Europa adoptaba el Gregoriano Rusia se quedó con el Juliano ¡Hasta la Revolución de 1917!, dejando un desfase que causaría problemas en diversos momentos de su historia futura.

Estas reformas vinieron unidas de una gran expansión territorial, a la creación de una flota moderna, que le permitía dominar los mares que rodeaban el país, Pedro I añadió al Zarato de Moscú Kiev y alrededores, territorios en el mar de Azov, los países bálticos y extendió la colonización rusa de Siberia, tratando de hacer de dicho territorio una fuente de riqueza. Incluso llegó más allá, durante su reinado Vitus Bering, un marino danés bajo bandera rusa, descubrió Alaska, en el continente americano, permitiendo su colonización por Rusia. Pero su mayor obra seria San Petersburgo, fundada en los nuevos territorios ganados en el Báltico la ciudad se convertiría en la capital del Imperio Ruso hasta 1917. Todo esto le permitiría, finalmente, convertirse en Emperador de Rusia en 1721.

Dicho plan de modernización vino motivado por la llamada Gran Embajada que el Zar realizó al inicio de su reinado, entre 1697 y 1698, el objetivo sobre el papel era conseguir aliados contra el Imperio Otomano para poder conquistar Crimea. La embajada fue un fracaso ya que ningún país europeo se alió con Rusia, por lo que Pedro el Grande tuvo que conformarse con distintas bases en el mar de Azov. Pero este fracaso diplomático se vio eclipsado por el éxito a nivel de conocimientos. Rusia, con su Zar a la cabeza, abrió los ojos al mundo y pudo observar como vivan y trabajaban los hombres de ciudades tan dispares como Riga, Konisberg, Amsterdam, Londres o Viena, interesándose el Zar en profesiones como la de artillero, medico, dentista y, sobre todo, ingeniería naval. Todos estos conocimientos, y los expertos que traerá de vuelta con él de esta visita, permitirán a Rusia florecer en los siguientes años.

Y por fin llegamos a la gran anécdota (Es que Pedro El Grande me encanta y me apetecía contar todo lo de arriba, lo siento). De su visita a Europa Occidental el Zar se trajo de vuelta, para aumentar el conocimiento de sus súbditos, distintos objetos. Entre ellos estaba una gran colección de distintos especímenes (fósiles, rocas, plantas, embriones, fetos humanos y de animales) que había comprado al médico holandés Frederik Ruysch. La colección consistía en más de mil especímenes conservados, en su gran mayoría, en brandy, y el Zar esperaba que permitiera a los naturalistas de su país avanzar en sus conocimientos.

Frederik Ruysch

Y aquí viene la gracia de la historia. Según los rumores en el regreso a casa los marineros que custodiaban la colección la echaron a perder al beberse el brandy que la contenía, ya que no encontraron otra cosa que beber en medio del Mar Báltico. Esta historia, como hemos comentado alguna vez, triunfó por el simple hecho de que para gran parte de las personas de la época los marineros rusos eran poco más que borrachos sobre tablones que flotaban.

Como no, esta historia es falsa. Para empezar la colección no viajo con el Zar, sino que fue comprada años después, en 1717, tras la Gran Guerra del Norte, y llego intacta a San Petersburgo, nueva capital de Rusia. Hay varios datos que hacen que esta historia sea falsa, el primero de todos es que al brandy con que conservaba Ruysch sus especímenes contenía otros elementos, como mercurio o tintes, lo que lo haría poco apetecible para ser bebido. A ello hay que sumar que en 1698 Rusia no poseía aun puertos en el Báltico (los ganaría durante la Gran Guerra del Norte), ni una flota, ya que la construiría a posterioridad.
                                                               
Es curioso cómo estas historias curiosas siguen siendo publicadas por distintos medios o narradas aun siendo evidente su falsedad. Por ejemplo, yo leí esta historia en una revista como Muy Historia y su apariencia irreal me hizo buscar algo más de información, descubriendo lo que he explicado arriba. Es por ello que es importante no creernos todo lo que leemos y tratar de investigar algo más, para evitar que nos cuelen rumores como este.