martes, 12 de enero de 2016

Mandar a la mierda a Hitler


Cuando se piensa en la Alemania Nazi hay una idea que está muy extendida y no acaba de ser correcta. Más de uno cree que por algún motivo no muy bien explicado los más de 66 millones de alemanes (que serían 87 antes de la guerra, al sumar a Austria, Bohemia y Moravia) se volvieron locos de remate y, entre 1933 y 1945, decidieron atacar a toda Europa y de paso llevarse por delante a cualquiera que no estuviera dentro de sus cánones raciales. Es como si Hitler y el Nacional Socialismo hubiera convertido a toda la población alemana en barbaros beligerantes y genocidas. Esto, obviamente, es absurdo. Por ejemplo, en las últimas elecciones libres, en marzo de 1933, el NSDAP obtuvo solo 17 millones de votos.

Es más, desde antes de que las propias democracias occidentales decidieran en 1939 que ya había llegado el momento de pararle los pies a Hitler, después de regalarle por el camino a Austria y Checoeslovaquia como ofrenda cual dios azteca, había alemanes que ya habían pagado con su vida haberse opuesto al dictador. No es la primera vez que hablamos de ellos en este blog, gente con las ideas claras y el valor y la valentía para hacer ver que no compartían la injusticia que ocurría en su país. Los primeros en sufrir cárcel, exilio o muerte, fueron los izquierdistas (11 millones de votos en las elecciones de 1933 entre comunistas y socialistas) pero no serían los últimos. Gente de centro e incluso derechistas los acompañarían pasado el tiempo, cuando comprobaron su deriva dictatorial.

De uno de estos derechistas rebeldes vamos a hablar hoy. De un hombre que tuvo el valor de decirle a un Hitler que trataba de congraciarse con él que se podía ir a la mierda, y no contento con eso tuvo la capacidad para esquivar la cárcel o la muerte gracias a la ascendencia que tenía sobre el pueblo alemán. Hablamos de un militar condecorado, de un héroe de guerra, de un hombre que repudiaba a Hitler y que le dijo a la cara lo que opinaba de él y de lo que estaba haciendo en Alemania. Hablamos de Paul Emil Von Lettow-Vorbeck.
                                                                                                                         
La pregunta obvia es. ¿Qué hizo Lettow-Vorbeck como para poder permitirse tal desaire al dictador? Para saberlo vamos a hacer un viaje atrás en el tiempo y en el espacio. Concretamente hacia la colonia del África Oriental Alemana de 1914. Este territorio había sido conseguido por los alemanes en 1880, tras el Tratado de Berlín (Donde las potencias europeas se repartieron África) y estaba situada bajo el Cuerno de África, en las actuales Tanzania (sin Zanzíbar), Burundi y Ruanda. En 1914 la colonia era la más prospera de todas las del continente y los indígenas, tratados con cuidado y respeto, tenian un gran apego a su metrópoli, lo que sería importante en lo narrado a continuación.

En 1914 el mando de las Fuerzas de Protección de la colonia (las Schutztruppe)  recaía en Paul Emil Von Lettow-Vorbeck, descendiente de militares prusianos (su padre había combatido en la Guerra Franco-Prusiana) y con gran experiencia en conflictos coloniales, ya que había estado en la Guerra de los Boxers contra China y en las distintas colonias con las que contaba su país en África. Gracias a esto había aprendido muchísimo sobre los nativos y entre sus habilidades, por ejemplo, estaba la capacidad para hablar suajili, la lengua de los habitantes de la colonia. Bajo su mando tenía alrededor de 260 oficiales europeos y 4000 soldados nativos, llamados askaris (soldado en suajili), pobremente armados (la mayoría de su armamento era de la Guerra Franco-Prusiana, cuarenta años atrás) y con problemas de logística y suministros.

Cuando empezó la Gran Guerra en Agosto de 1914 Lettow era consciente de que con las pocas tropas que tenía bajo su mando mantener la colonia iba a ser una tarea prácticamente imposible, ya que estaba rodeada por completo de enemigos, concretamente británicos, belgas y, cuando se unieron a la guerra, portugueses. Sobre el papel las colonias debían ser neutrales en caso de conflicto en Europa, pero ninguno de los contendientes hizo caso a aquello y poco a poco las colonias alemanas fueron cayendo en poder de los aliados. Esto hizo que los alemanes, ya resignados a perder sus posesiones ultramarinas, dieran orden a sus fuerzas en ellas (incluidas las flotas, que pasarían a ser corsarias) de retrasar y distraer el máximo posible de fuerzas enemigas para que no pudieran combatir en Europa, misión que Lettow cumpliría a la perfección.

Para retrasar el máximo posible los ataques británicos Lettow decidió empezar a desgastar a sus enemigos atacando las comunicaciones en sus propias colonias, destruyendo vías de tren y atacando convoyes de suministros. Con esto empezó a entrenar a sus askaris, de paso aprovecho para hacerse con pertrechos y municiones, de las que estaba escaso. Estos ataques obligaron a los británicos a atacar la colonia en noviembre de 1914 con sus propias tropas coloniales, provenientes de la India. Pese a la superioridad numérica, 8.000 hombres frente a poco más de 1.000, Lettow les derroto en la Batalla de Tanga, perdiendo menos de cien hombres y ganando, además, gran cantidad de pertrechos, lo que le permitió dotar a sus fuerzas de armamento moderno. Con esta victoria, además, logró evitar la toma rápida y fácil de la colonia, consiguiendo su objetivo de alargar la guerra lo máximo posible.



Con ese objetivo en mente siguió defendiendo la frontera norte, llegando incluso a invadir la África Del Este Británica. El contraataque inglés recuperó con rapidez el terreno e incluso llegó a invadir una parte de la colonia alemana, pero Lettow consiguió expulsarles de nuevo en la Batalla de Jassin, pero con muchas mayores pérdidas, algunas de ellas irremplazables como 27 oficiales alemanes. Estas pérdidas le convencieron de la necesidad de pasar a la guerra de guerrillas y dejar los ataques tradicionales para cuando tuviera superioridad. Con eso en mente se dedicó a reclutar más hombres entre los nativos y los colonos alemanes, llegando a reunir un ejército de 12.000 askaris y 3.000 alemanes a finales de 1915. Armados gracias al armamento capturado a sus rivales y con la artillería que había podido rescatar del buque corsario alemán “Koenisberg” antes de ser hundido por los ingleses en las costas de la colonia, Lettow se dispuso a complicar la vida a las tropas coloniales aliadas.

Los ataques guerrilleros a las comunicaciones inglesas y las molestias que ello suponía para el esfuerzo de guerra británico siguieron hasta que en 1916 los aliados decidieron conquistar de una vez por todas la colonia. Para ello reunieron a 45.000 hombres bajo el mando del General Sudafricano Jan Smuts en el norte, esto unido al apoyo belga y portugués en las otras fronteras llevó a Lettow a dejar de defender el territorio y limitarse a mantener en movimiento a sus tropas para poder seguir atrayendo enemigos. En septiembre de 1916 solo mantenía bajo su control un pequeño pedazo del sur de la colonia, pero sus rivales no estaban mucho mejor, sus ataques guerrilleros y las enfermedades tropicales habían diezmado a los invasores, que no pudieron continuar su ofensiva.

En 1917, pese a todo, su posición era desesperada y aunque había conseguido rechazar los intentos ingleses de conquistar sus bases su incapacidad para reponer sus bajas era un grave problema al que había que sumar su falta de suministros. Esto hizo que en Noviembre de 1917 para evitar ser capturado por los ingleses cruzara a la colonia portuguesa de Mozambique, en el sur. Las novatas tropas coloniales portuguesas, cogidas completamente por sorpresa, fueron superadas por los veteranos askaris de Lettow que capturaron depósitos de víveres y municiones, e incluso un barco hospital, recibiendo los suministros que tanto necesitaban. Tanto fue el éxito de la invasión de Mozambique que en Septiembre de 1918, con la guerra casi acabada en Europa, Lettow fue capaz de amenazar la capital de la colonia. Los esfuerzos de sus rivales para defender la ciudad le dejaron vía libre para regresar al norte, a la África Oriental Alemana, donde incluso llego a atacar la vecina Rhodesia Británica, donde derroto a los ingleses el 13 de Noviembre de 1918, un día antes del final de la guerra.

La rendición alemana le sorprendió en esta colonia, por lo que las noticias no le llegaron hasta el 25 de Noviembre, donde por fin, sin un país por el que luchar, Paul Emil Von Lettow-Vorbeck se rindió a Jan Smuts cuando contaba con un ejército que no llegaba a los 5.000 hombres. Lettow y los alemanes de su ejército volvieron a su país, quedándose los askaris en la colonia, ya bajo control inglés. A su regreso fueron recompensados con un desfile por el centro de Berlín, ya que fueron los únicos soldados alemanes que no habían sido derrotados durante la Primera Guerra Mundial, seria de las pocas consideraciones que recibiría por parte de los alemanes.



La posguerra fue dura para Lettow-Vorbeck, que veía como su país se asfixiaba bajo el Tratado de Versalles. De talante conservador y monárquico participó en la represión de los levantamientos comunistas de 1919, siendo esta su única mancha en el historial, llamando la atención del creciente NSDAP de Adolf Hitler, que tratara de atraerlo a sus filas, pero Lettow se negara a ello y se unió al DNVP, el gran partido conservador de la República de Weimar. Esto le permitirá llegar al Reichstag, donde desde 1928  hasta 1930 trató de detener el ascenso nazi desde el parlamento. Durante este tiempo, también, fundó una empresa de importación y exportación en Bremen, lo que le permitirá mantener el contacto con los británicos, sobre todo con Jan Smuts, con el que trabara una fuerte amistad.

Ya con Hitler en el poder Lettow se apartó de la vida política y siguió dedicado a sus negocios, aunque con la amenaza nazi sobre él, lo que llevo a que en más de una ocasión la policía registrara sus posesiones. Pese a todo Hitler poco podía hacer contra él ya que era considerado un héroe por gran parte de la población, por lo que en un último intento por atraerlo le ofreció en 1938 el cargo de Embajador en Gran Bretaña. Hitler confiaba en que el respeto que los británicos le tenían a Lettow le permitiría seguir apaciguándoles, pero el viejo general se negó a ello y literalmente lo mando a la mierda. Este fue el fin de su vida pública.

Incapaz de acabar con su vida como haría con muchos otros debido a su popularidad Hitler se limitó a ignorarlo, por lo que la Segunda Guerra Mundial fue para Lettow una época muy dura, recluido prácticamente en su casa de Bremen y sobreviviendo gracias a la ayuda que Jan Smuts, y tantos otros oficiales británicos, le ofrecían gracias a los contactos conseguidos con su empresa de exportación. A ello hay que sumar la destrucción de su casa y la muerte de dos de sus hijos en el frente.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial e invitado por su amigo Smuts, convertido en Presidente de Sudáfrica, visitará de nuevo África, reuniéndose incluso con sus viejos askaris. Los problemas de sus viejos soldados y la muerte de Smuts en 1950 le afectarán profundamente, y pasara el resto de su vida tratando de conseguir una pensión del Gobierno Alemán para sus antiguos soldados. Solo tras su muerte, en 1964, la RDA decidirá reconocer a los askaris, pagando una pequeña pensión a todos los combatientes que siguieran vivos y pudieran demostrar que habían luchado junto a Lettow.

Esto nos dejará la última anécdota de la historia. Cuando en los sesenta los funcionarios alemanes volvieron a sus viejas colonias para ofrecer pensiones a los soldados supervivientes. El paso del tiempo había hecho que la gran mayoría de los soldados hubiera perdido su documentación, por lo que para demostrar su historia llevaron botones, balas o viejos uniformes… Finalmente se optó por un método mejor, se les ofreció un bastón y se les dieron órdenes en alemán, idioma con el que habían sido instruidos, para que demostraran  que realmente habían combatido en el ejército.  Todos los que se presentaron fueron capaces de representar las ordenes, tal era el prestigio que tenía Lettow en aquel territorio que nadie trato de obtener una pensión que no merecía.

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