jueves, 10 de noviembre de 2016

Trump y la incapacidad de la izquierda.



Hoy vengo a hablar del tema del momento, la elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos, una elección que curiosamente ha sorprendido a mucha gente, cuando a decir verdad y con los datos en la mano aunque no era segura sí que era probable, o como mínimo más probable que lo que los medios de este país nos han hecho creer. Es lo que tiene hacer campaña por un candidato y no informar, que al final se te acaba viendo el plumero.

Lo de Trump es tan sencillo que asusta, el problema es que el análisis no va más allá de “Esos paletos blancos que votan racismo porque odian a los negros”. Algo que no nos debería sorprender, ya que tras cada victoria del PP en unas elecciones la cantinela de “Putos viejos, que no saben votar” se repite allá donde mires. Puro clasismo, como ya paso con el Brexit, producto de las mentes “brillantes” con estudios superiores que creen que lo importante para ellos debe serlo para la sociedad. Y ojo, lo dice alguien con estudios superiores.

Lo dicho, buscar los motivos de la victoria de Trump es algo que no requiere un gran esfuerzo si se sale del mantra clasista y de que los ignorantes sin estudios votan racismo por miedo. Con los números en la mano Donald Trump ha sacado peores resultados, en cuanto a votos absolutos, que Romney y McCain frente a Obama en 2008 y 2012, por lo que el problema hay que ir a buscarlo en el Partido Demócrata. Hillary Clinton se ha dejado por el camino 10M de votos si lo comparamos con Obama, y no solo eso, sino que se los ha dejado en lugares clave, como veremos a continuación.

Para entender lo ocurrido hay que tener claro que en Estados Unidos lo importante no es obtener votos si no obtenerlos en los lugares clave, ya que el ganador de cada estado es quien se lleva todos los votos, sin importar la diferencia. Es decir, poco importa ganar por mucha o poca diferencia de votos, lo importante es ganar, y esto es algo que perjudica a los demócratas, que suelen conseguir victorias solidas (como en la Costa Oeste o en Nueva Inglaterra) pero en lugares muy concretos. Esto acaba generando que la gran mayoría de los estados sean sólidos para uno u otro partido, decidiendo solo una pequeña parte (Los llamados Swing States) la elección.

En esta elección ese papel decisivo le ha tocado a los estados del llamado “Rust Belt” (Cinturón del Oxido), es decir, los viejos estados industriales, los más afectados por una globalización que ha sacado las fábricas que sostenían su economía y se las ha llevado a China y otros países asiáticos. Esto, algo que los demócratas jamás entendieron, es algo que sí que ha entendido Trump y con promesas tan sencillas como volver a abrir las fábricas o las minas ha conseguido hacerse con sus votos sin problemas. Y es que al trabajador de cuello azul de Michigan cuestiones como el racismo o un muro en México le importan poco comparado con que mañana la cadena de montaje vuelva a funcionar, ya que será la única manera de traer pan a casa.

El problema no está en que los demócratas no fueran capaces de ver esto (Sanders ganó en estos estados frente a Hillary en las primarias, por algo seria…) sino que tras la debacle la izquierda (Siento llamar izquierda a los demócratas, es por entendernos) tanto americana como europea no ha sido capaz de entender nada. Como tampoco lo ha hecho ante el avance de la extrema derecha en Europa o de fenómenos como el Brexit. Incapaces de entender que hay unos votantes a los cuales cuestiones de vital importancia para ellos no les importan un pimiento, por lo que su voto termina en una extrema derecha que les ofrece lo que les debería ofrecer la izquierda.

Por poner ejemplos, mientras la clase obrera ve como las fábricas que les daban de comer se cierran y la producción industrial desaparece por cuestiones de “estrategia empresarial”, la izquierda, incapaz de articular un discurso capaz de promover su voto, les sigue hablando de multiculturalidad, carriles bici, ecologismo, animalismo, transversalidad o las maravillas de un libre comercio que les está matando de hambre. Todas luchas muy dignas y políticamente correctas, obviamente, pero que no solucionan los problemas de la gente de a pie. Confundimos la preocupación de las clases medias y sus luchas, muy urbanitas ellas, con lo que le interesa al resto del pueblo. Y mientras la izquierda sigue enfrascada en estas cosas llega gente como Trump, o como Le Pen, o como Viktor Orban, y les habla de cerrar fronteras, volver a industrializarse y evitar que los beneficios empresariales salgan del país y nos sorprendemos de que les voten. ¿Qué esperábamos? ¿Qué no lo hicieran?

Lo peor es que no somos capaces de verlo, mientras Donald Trump gana elecciones nosotros seguimos a lo nuestro. Considerando paletos a sus votantes, votando a Harambe (11.000 votos se llevó un gorila muerto, flipante…) o enfrascados en nuestras luchas absurdas, mientras la derecha nos come la tostada. Y lo peor de todo, nos la come apelando a una clase obrera que debería votar izquierda, pero a la que no somos capaces de convencer porque estamos muy cómodos en nuestra superioridad moral y en creer que la nobleza de nuestra causa bastará para ganar. Una clase obrera a la que aún no hemos comprendido porque, en el fondo, nos termina dando un poco de asco y la miramos con cierta superioridad, con su ignorancia, su machismo, su racismo... Como diría el Nega, la clase obrera no va al paraiso, asumámoslo cuanto antes y empecemos a trabajar para ella.

Y ojo, que luego viene Le Pen…

lunes, 7 de noviembre de 2016

La Revolución de Octubre que fue en Noviembre


Hoy, 7 de Noviembre, se cumplen 99 años de la Revolución de Octubre, el momento más importante de la historia del S. XX y es por ello que considero que es un buen motivo para volver al blog. ¿En Noviembre? Os preguntareis. Si, efectivamente, la Revolución Rusa de 1917 fue en Noviembre pese a llamarse “De Octubre”. ¿El motivo? Más abajo en el texto, antes me gustaría ponernos en antecedentes.

A principios de 1917 el Imperio Ruso se resquebrajaba por momentos, la Gran Guerra había desgastado el país hasta el límite y la autocracia de Nicolás II no encontraba la manera de poner solución a los problemas del país. Pese a su enorme tamaño Rusia era un país atrasado respecto al resto de los contendientes, un gigante con pies de barro al que el tímido reformismo dirigido por el Zar Alejandro II tras la Guerra de Crimea (1856) y el crecimiento industrial de finales de siglo no había logrado dotar de la base suficiente para resistir un embate así. Por poner un ejemplo Rusia no abolió la servidumbre, terminando con el régimen feudal, hasta 1861.

Curiosamente este mismo problema era algo que las elites rusas, y sobretodo sus zares, habían detectado desde mucho antes de la llegada de la guerra. Esto llevó a una época de reformismo donde se intentó modernizar el país, primero a nivel político, con Alejandro II y acciones como el fin de la servidumbre, la creación de jurados y magistrados libres o la introducción de instituciones representativas, sobre todo a nivel local. Curiosamente cuando iba a culminar su reforma y dotar al país de una Constitución el Zar fue asesinado en su camino al Ministerio del Interior, culminando con la abertura del país. Esto hizo que su hijo, Alejandro III, y tras él su nieto, Nicolás II, volvieron a la autocracia y a la creación de un estado policial que garantizara su seguridad, limitando las reformas a la explotación de los recursos del país, con una tímida industrialización o la construcción de infraestructuras como el Transiberiano.

Y todas estas reformas, si bien funcionaron y permitieron cierta modernización económica del país, solo alcanzaron a las altas capas de la sociedad, mientras que el pueblo seguía con las mimas condiciones que sus antepasados de hacia siglos. Con un 85% de población rural el campesinado ruso, aunque libre de la servidumbre, seguía siendo dependiente de los mismos terratenientes que antes. Eso sí, ahora contaba con la opción de marchar a la ciudad a ser un obrero más de las fábricas que habían empezado a surgir en el país, la gran mayoría en manos de capital extranjero, mayoritariamente francés. Si a ello le sumamos la represión realizada por la policía secreta, un surgimiento de intelectuales deseosos de cambiar su país y la creación de grupos con ideologías como el marxismo o el anarquismo tenemos el caldo de cultivo preparado para una revolución.

Como vemos podemos afirmar que la Rusia que se iba a enfrentar a la Gran Guerra era un país con problemas y que necesitaba de un gran líder, pero que por desgracia solo contaba con Nicolás II. Un hombre que había perdido a su abuelo asesinado y a su padre tras una enfermedad con solo 49, heredando un vasto imperio a la edad de 26 años y sin haber estado preparado para gobernarlo, como él mismo reconoció. Tímido, retraído y voluble, no hizo sino agravar los problemas de Rusia, que culminarían con la entrada en una Gran Guerra en 1914 para la que no estaba preparado, lo que provocaría una revolución que lo costaría el trono en 1917 y finalmente la vida en 1918.

A todos estos problemas hubo que sumar la guerra, obviamente, con sus desastres militares, sus muertes en el frente, sus problemas de abastecimiento y sus subidas de precios, lo que agotó la confianza de los rusos en Nicolás II. Finalmente un durísimo invierno y la carestía de pan y calefacción en Petrogrado llevaron a una serie de manifestaciones que harían abdicar al Zar, tras verse abandonado por las tropas, en febrero, creándose un Gobierno Provisional de carácter burgués que prometió la creación de una Asamblea Constituyente y la realización de elecciones libres, pero la ausencia de votantes, movilizados en el frente, aplazó sine die estas reformas. Además tomo la decisión de seguir con la guerra, lo que acabaría provocando su caída.

Paralelo a este gobierno provisional se formaron ante la caída de la clase dirigente diferentes comités de obreros, soldados y campesinos a lo largo de todo el país, los llamados sóviets. Estos comités representaban, frente a la continuidad del Gobierno Provisional, los anhelos del pueblo ruso. En su programa podíamos encontrar peticiones como la paz con las Potencias Centrales, la implantación del sufragio universal, la jornada laboral de ocho horas o la creación de una Republica Democrática. Esta dualidad de poderes fue minando poco a poco al Gobierno Provisional, al que la guerra terminó por dar la puntilla. El fracaso de la Ofensiva Kerenski (Presidente del Gobierno Provisional) en verano y la llegada de los alemanes a Riga en Septiembre, a poco más de 500 kilómetros de Petrogrado, terminaría con el poco crédito con el que contaba Kerenski. Eso y un ejército en descomposición, que abandonaba el frente y marchaba a la capital precipitarían las jornadas de Octubre.

Mientras esto ocurría el partido bolchevique, comandado por Lenin, que había vuelto del exilio en Abril gracias a un salvoconducto alemán, se había organizado y poco a poco había conseguido controlar el Sóviet de Petrogrado, el principal del país.  Esto le permitió tomar el poder del país en nombre de los sóviets la noche del 24 al 25 de Octubre sin excesivos problemas ya que el Gobierno Provisional no presentó resistencia en el Palacio de Invierno, que fue tomado al asalto con solo cinco muertos. Aquel momento, que ni siquiera afectó a la vida de la ciudad (los tranvías siguieron funcionando, los teatros también, las tiendas no cerraron…) cambiaría la historia del mundo para siempre. Al día siguiente se creaba un nuevo gobierno bolchevique que no solo firmaría la paz con las Potencias Centrales sino que convertiría a Rusia en una potencia mundial capaz de detener a la Alemania Nazi y ganar la Segunda Guerra Mundial. Lo que no logró el zarismo en 60 años lo hizo el socialismo en solo 20.

¿Por qué afirmó que este momento es el más importante del S. XX? Por algo tan sencillo de entender como que dicho siglo no se puede entender sin la presencia de la Unión Soviética, surgida de aquella revolución. La derrota del nazismo, la Guerra Fría, o cuestiones tan triviales como las grandes mejoras de las condiciones de trabajo vividas por los trabajadores de los países capitalistas no pueden entenderse sin la presencia de la URSS. El miedo a la expansión de la revolución comunista permitió a los trabajadores de todo el mundo librarse de las políticas liberalizadoras y pro-empresa que vivimos en la actualidad.

Y para terminar volvemos a la base del principio. En el texto que acabo de escribir hay dos erratas, concretamente a nivel de fechas, la Revolución de Febrero fue en Marzo y la de Octubre en Noviembre. Bueno, o no del todo, depende de cómo lo miremos. Para un ruso en 1917 ambos sucesos ocurrieron en la fecha que hemos contado, pero por otro lado desde el punto de vista alemán o francés lo hicieron en Marzo y Noviembre. Y es que en una maravillosa metáfora la Rusia Zarista vivía “atrasada” respecto al resto del continente, concretamente 13 días en 1917. El motivo no era otro que el calendario, mientras que desde 1582 la Europa Católica usó el calendario gregoriano, Rusia y otros países ortodoxos (incluso algunos protestantes, Gran Bretaña no lo uso hasta 1752) siguieron usando el Juliano. Esto lleva a curiosidades como que la Revolución de Octubre fuera un 7 de noviembre, es decir, hace 99 años. Y como era de esperar esto tambien fue cambiado por la revolución, tras el 14 de Febrero de 1918 llego, de nuevo, el 31 de Enero de 1918, equiparando a Rusia con el resto de Europa.