Hoy vengo a hablar del tema del momento, la elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos, una elección que curiosamente ha sorprendido a mucha gente, cuando a decir verdad y con los datos en la mano aunque no era segura sí que era probable, o como mínimo más probable que lo que los medios de este país nos han hecho creer. Es lo que tiene hacer campaña por un candidato y no informar, que al final se te acaba viendo el plumero.
Lo de Trump es tan sencillo
que asusta, el problema es que el análisis no va más allá de “Esos paletos blancos
que votan racismo porque odian a los negros”. Algo que no nos debería sorprender,
ya que tras cada victoria del PP en unas elecciones la cantinela de “Putos viejos,
que no saben votar” se repite allá donde mires. Puro clasismo, como ya paso con
el Brexit, producto de las mentes “brillantes” con estudios superiores que
creen que lo importante para ellos debe serlo para la sociedad. Y ojo, lo dice
alguien con estudios superiores.
Lo dicho, buscar los motivos
de la victoria de Trump es algo que no requiere un gran esfuerzo si se sale del
mantra clasista y de que los ignorantes sin estudios votan racismo por miedo. Con
los números en la mano Donald Trump ha sacado peores resultados, en cuanto a
votos absolutos, que Romney y McCain frente a Obama en 2008 y 2012, por lo que
el problema hay que ir a buscarlo en el Partido Demócrata. Hillary Clinton se
ha dejado por el camino 10M de votos si lo comparamos con Obama, y no solo eso,
sino que se los ha dejado en lugares clave, como veremos a continuación.
Para entender lo ocurrido hay
que tener claro que en Estados Unidos lo importante no es obtener votos si no obtenerlos
en los lugares clave, ya que el ganador de cada estado es quien se lleva todos
los votos, sin importar la diferencia. Es decir, poco importa ganar por mucha o
poca diferencia de votos, lo importante es ganar, y esto es algo que perjudica
a los demócratas, que suelen conseguir victorias solidas (como en la Costa
Oeste o en Nueva Inglaterra) pero en lugares muy concretos. Esto acaba
generando que la gran mayoría de los estados sean sólidos para uno u otro
partido, decidiendo solo una pequeña parte (Los llamados Swing States) la
elección.
En esta elección ese papel
decisivo le ha tocado a los estados del llamado “Rust Belt” (Cinturón del
Oxido), es decir, los viejos estados industriales, los más afectados por una
globalización que ha sacado las fábricas que sostenían su economía y se las ha
llevado a China y otros países asiáticos. Esto, algo que los demócratas jamás
entendieron, es algo que sí que ha entendido Trump y con promesas tan sencillas
como volver a abrir las fábricas o las minas ha conseguido hacerse con sus
votos sin problemas. Y es que al trabajador de cuello azul de Michigan cuestiones
como el racismo o un muro en México le importan poco comparado con que mañana la
cadena de montaje vuelva a funcionar, ya que será la única manera de traer pan
a casa.
El problema no está en que los
demócratas no fueran capaces de ver esto (Sanders ganó en estos estados frente
a Hillary en las primarias, por algo seria…) sino que tras la debacle la
izquierda (Siento llamar izquierda a los demócratas, es por entendernos) tanto
americana como europea no ha sido capaz de entender nada. Como tampoco lo ha
hecho ante el avance de la extrema derecha en Europa o de fenómenos como el
Brexit. Incapaces de entender que hay unos votantes a los cuales cuestiones de
vital importancia para ellos no les importan un pimiento, por lo que su voto
termina en una extrema derecha que les ofrece lo que les debería ofrecer la
izquierda.
Por poner ejemplos, mientras
la clase obrera ve como las fábricas que les daban de comer se cierran y la
producción industrial desaparece por cuestiones de “estrategia empresarial”, la
izquierda, incapaz de articular un discurso capaz de promover su voto, les
sigue hablando de multiculturalidad, carriles bici, ecologismo, animalismo, transversalidad
o las maravillas de un libre comercio que les está matando de hambre. Todas
luchas muy dignas y políticamente correctas, obviamente, pero que no solucionan
los problemas de la gente de a pie. Confundimos la preocupación de las clases
medias y sus luchas, muy urbanitas ellas, con lo que le interesa al resto del
pueblo. Y mientras la izquierda sigue enfrascada en estas cosas llega gente
como Trump, o como Le Pen, o como Viktor Orban, y les habla de cerrar
fronteras, volver a industrializarse y evitar que los beneficios empresariales
salgan del país y nos sorprendemos de que les voten. ¿Qué esperábamos? ¿Qué no
lo hicieran?
Lo peor es que no somos
capaces de verlo, mientras Donald Trump gana elecciones nosotros seguimos a lo
nuestro. Considerando paletos a sus votantes, votando a Harambe (11.000 votos
se llevó un gorila muerto, flipante…) o enfrascados en nuestras luchas
absurdas, mientras la derecha nos come la tostada. Y lo peor de todo, nos la
come apelando a una clase obrera que debería votar izquierda, pero a la que no
somos capaces de convencer porque estamos muy cómodos en nuestra superioridad moral
y en creer que la nobleza de nuestra causa bastará para ganar. Una clase obrera
a la que aún no hemos comprendido porque, en el fondo, nos termina dando un
poco de asco y la miramos con cierta superioridad, con su ignorancia, su
machismo, su racismo... Como diría el Nega, la clase obrera no va al paraiso, asumámoslo
cuanto antes y empecemos a trabajar para ella.
Y ojo, que luego viene Le Pen…
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