Para muchos la historia es
considerada como la sucesión de grandes hechos realizados por grandes personas
que han acabado llevando a la humanidad a lo que es en la actualidad. Por
supuesto, la historia es algo mucho más que eso, aunque como es de esperar los
ecos que nos han llegado de la antigüedad son los de los grandes momentos,
hechos como el nacimiento de un campesino o la compra de un nuevo torno por un
artesano no quedaban recogidos en las crónicas de la época; como es de esperar.
Pero que hayan llegado pocas pequeñas historias no significa que carezcamos de
ellas, aunque la gran mayoría tengan relación con hechos o personajes
conocidos, como es lógico. En este blog somos aficionados a estas pequeñas
historias y hoy vamos a narrar otro pequeño pedacito curioso de historia.
El gran personaje alrededor
del cual gira nuestra historia es Pedro I de Rusia, apodado “El Grande”, con
gran razón por cierto. Si esto fuera un libro de historia diríamos que Pedro I
Romanov fue el creador de Rusia tal como la conocemos en la actualidad, nacido
en el año 1672, subió al trono en 1682, con solo diez años, sucediendo a su
hermano Teodoro III. Eso sí, no lo hizo solo, y es que su medio hermano, Iván
V, tenía preferencia en la sucesión, pero debido a sus problemas físicos y
mentales la Asamblea de Boyardos (Nobles Rusos) decidió que ambos gobernaran el
país.
Pedro el Grande |
Esta diarquía, sumada a la minoría
de edad de ambos, sumió a la corte rusa en el caos. Curiosamente ambas
facciones estaban dirigidas por mujeres, por un lado la madre de Pedro, la
regente Natalia, y por otro lado la hermana de Pedro e Iván, la Zarevna Sofia.
Esta última fue la vencedora y dominó a sus dos hermanos gobernando a su
sombra. Esto llevó a que Pedro pudiera crecer prácticamente libre de control,
visitando incluso los barrios de extranjeros que había en Moscú (la sociedad de
la época era terriblemente xenófoba y se consideraba superior a los
occidentales, obviamente comprendía la necesidad de tener extranjeros en sus
ciudades para el comercio pero los apartaba y recluía en barrios). Estos
contactos y la ausencia de una educación formal hicieron que Pedro fuera más
abierto que sus contemporáneos y mirará a los extranjeros como gente de la cual
aprender, no solo aprovecharse.
Finalmente entre 1689 y 1696
Pedro consiguió acumular todo el poder del estado en sus manos. Primero se
libró de su hermana, a la cual encerró en un convento, luego de la influencia
de su madre tras su muerte en 1694 y finalmente de su hermano, que también murió
en 1696. Con 24 años y convertido en un gigante (seguramente un defecto genético,
era alto, pero desproporcionado, con manos y cabeza pequeñas, y además sufría
epilepsia) Pedro I empezó a modernizar a Rusia, tomando como ejemplo a los países
occidentales.
Esta misión empezó en el
ejercito, donde los viejos cuerpos, procedentes en su mayoría de finales de la Edad
Media y del reinado de Iván el Terrible fueron eliminados y sustituidos por
regimientos a la Europea. ¿El motivo? Gran parte del ejército era contrario a
las reformas. Pero no se quedó ahí, obligo a los hombres a afeitarse las barbas
y a las mujeres, hasta ahora siempre apartadas, a participar en las relaciones
sociales, impulsó la educación fundando universidades y colegios superiores,
fundó el primer periódico del país e incluso adaptó el calendario ruso al
juliano (el viejo empezaba en Septiembre). Esto último acabaría siendo un
problema, ya que mientras toda Europa adoptaba el Gregoriano Rusia se quedó con
el Juliano ¡Hasta la Revolución de 1917!, dejando un desfase que causaría problemas
en diversos momentos de su historia futura.
Estas reformas vinieron unidas
de una gran expansión territorial, a la creación de una flota moderna, que le permitía
dominar los mares que rodeaban el país, Pedro I añadió al Zarato de Moscú Kiev
y alrededores, territorios en el mar de Azov, los países bálticos y extendió la
colonización rusa de Siberia, tratando de hacer de dicho territorio una fuente
de riqueza. Incluso llegó más allá, durante su reinado Vitus Bering, un marino
danés bajo bandera rusa, descubrió Alaska, en el continente americano, permitiendo
su colonización por Rusia. Pero su mayor obra seria San Petersburgo, fundada en
los nuevos territorios ganados en el Báltico la ciudad se convertiría en la
capital del Imperio Ruso hasta 1917. Todo esto le permitiría, finalmente, convertirse
en Emperador de Rusia en 1721.
Dicho plan de modernización
vino motivado por la llamada Gran
Embajada que el Zar realizó al inicio de su reinado, entre 1697 y 1698, el
objetivo sobre el papel era conseguir aliados contra el Imperio Otomano para
poder conquistar Crimea. La embajada fue un fracaso ya que ningún país europeo
se alió con Rusia, por lo que Pedro el Grande tuvo que conformarse con
distintas bases en el mar de Azov. Pero este fracaso diplomático se vio
eclipsado por el éxito a nivel de conocimientos. Rusia, con su Zar a la cabeza,
abrió los ojos al mundo y pudo observar como vivan y trabajaban los hombres de
ciudades tan dispares como Riga, Konisberg, Amsterdam, Londres o Viena, interesándose
el Zar en profesiones como la de artillero, medico, dentista y, sobre todo, ingeniería
naval. Todos estos conocimientos, y los expertos que traerá de vuelta con él de
esta visita, permitirán a Rusia florecer en los siguientes años.
Y por fin llegamos a la gran anécdota
(Es que Pedro El Grande me encanta y me apetecía contar todo lo de arriba, lo
siento). De su visita a Europa Occidental el Zar se trajo de vuelta, para
aumentar el conocimiento de sus súbditos, distintos objetos. Entre ellos estaba
una gran colección de distintos especímenes (fósiles, rocas, plantas, embriones,
fetos humanos y de animales) que había comprado al médico holandés Frederik
Ruysch. La colección consistía en más de mil especímenes conservados, en su
gran mayoría, en brandy, y el Zar esperaba que permitiera a los naturalistas de
su país avanzar en sus conocimientos.
Frederik Ruysch |
Y aquí viene la gracia de la
historia. Según los rumores en el regreso a casa los marineros que custodiaban
la colección la echaron a perder al beberse el brandy que la contenía, ya que
no encontraron otra cosa que beber en medio del Mar Báltico. Esta historia,
como hemos comentado alguna vez, triunfó por el simple hecho de que para gran
parte de las personas de la época los marineros rusos eran poco más que
borrachos sobre tablones que flotaban.
Como no, esta historia es
falsa. Para empezar la colección no viajo con el Zar, sino que fue comprada
años después, en 1717, tras la Gran Guerra del Norte, y llego intacta a San
Petersburgo, nueva capital de Rusia. Hay varios datos que hacen que esta
historia sea falsa, el primero de todos es que al brandy con que conservaba
Ruysch sus especímenes contenía otros elementos, como mercurio o tintes, lo que
lo haría poco apetecible para ser bebido. A ello hay que sumar que en 1698
Rusia no poseía aun puertos en el Báltico (los ganaría durante la Gran Guerra
del Norte), ni una flota, ya que la construiría a posterioridad.
Es curioso cómo estas
historias curiosas siguen siendo publicadas por distintos medios o narradas aun
siendo evidente su falsedad. Por ejemplo, yo leí esta historia en una revista
como Muy Historia y su apariencia
irreal me hizo buscar algo más de información, descubriendo lo que he explicado
arriba. Es por ello que es importante no creernos todo lo que leemos y tratar de investigar
algo más, para evitar que nos cuelen rumores como este.
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