Hablar de Cristiano Lucarelli es,
en mi caso, hablar de una serie de sentimientos enfrentados. Lucarelli entró en
mi vida, como la de muchos otros, en 1998, cuando de la mano de Claudio Ranieri
llegaba al Valencia para convertirse en el primero de los muchos jugadores
italianos que el entrenador traería al club en sus dos etapas. Jugadores que,
quitando Moretti y una buena temporada de Di Vaio, jamás llegaron a adaptarse a
la Liga ni a demostrar lo que si que habían demostrado en el Calcio.
Lucarelli, como Corradi, que llegaría
en la segunda etapa de Ranieri en Valencia, era un delantero tanque, grande y
dominante, y que había demostrado calidad en el Calcio, sobretodo en la Serie
B. Era una apuesta de futuro, y parecía que pudiera triunfar, pero su aventura
española solo duro un año y es que en un equipo que vivía de rapidez y balones
largos para que corriera el Piojo López no tenía sitio. Pero si algo tuvo bueno
su estancia en Valencia, además de la conquista de una Copa del Rey, es que le
abrió las puertas de la Serie A en su país.
Su marcha hizo que me olvidará de
él y la verdad es que le perdí la pista hasta pasados unos años. Su fracaso en
Valencia me hizo creer que era un futbolista flojo y como si fuera el “Playboy
Tavano” se convirtió en otro italiano que nos habían colado. Pero la historia
de Lucarelli va más allá. Tras su salida del Valencia jugó cuatro temporadas en
la Serie A repartidas entre Lecce y Torino, con buenas cifras goleadoras, hasta
que en 2004 pasó de ser un buen delantero a ser un mito.
En 2004 Lucarelli cambió de
equipo y ficho por el Livorno. Pero esto no era un traspaso más, era un
traspaso a su ciudad, volvía al Livorno. No solo era importante porque
Lucarelli volvía a casa, sino porque lo hacia a un equipo que acababa de
ascender a Serie B. Esto es importante, tras destacar durante cuatro años en la
primera división y tener la oportunidad de optar por un gran contrato Lucarelli
decidió renunciar a ello y volver al equipo de su ciudad para competir en
segunda división. ¿Los motivos? Más abajo.
Livorno es una ciudad italiana
situada en la Toscana, en la costa del Mar de Liguria, a la sombra de ciudades
más grandes e importantes como Pisa y Florencia. Su economía se basa en su
puerto, que es uno de los mayores de Italia, y le da su apariencia de ciudad
industrial, y lo mas importante, ciudad combativa. Es en Livorno donde nace,
por ejemplo, el Partido Comunista Italiano, y esto ha pasado, como no, a su
equipo. Ya lo dicen Los Chikos del Maiz, “Marxista como Pasolini y las gradas
del Livorno.” Así que, en 2004, Lucarelli renunció a dinero y un gran contrato
para volver al equipo de su ciudad y que, además, compartía sus ideales.
Hijo de un estibador del puerto
de la ciudad y comprometido políticamente su llegada al equipo le convirtió en
un ídolo de la grada. Pasó cuatro temporadas en el equipo, marcó 92 goles, ascendió
a la Serie A, se clasificó para la Copa de la UEFA y por el camino aun le dio
tiempo a ser Capocannoniere del Calcio en
la 2004/2005 con 24 goles. Todo eso siendo capitán del equipo y colaborando en
la gran mayoría de las iniciativas populares de su ciudad, apoyando a
organizaciones obreras o a huelgas de trabajadores.
Finalmente en 2008 se marchó a
Ucrania, al Shakhtar Donetsk, donde su carrera ya fue cuesta abajo, pero pese a
todo siguió colaborando con Livorno (donde volvió en 2009) y dedicó la mitad de
su sueldo a apoyar distintas organizaciones en su ciudad, como un periódico local
para evitar que cerrará y despidiera a sus trabajadores, y a seguir en la
lucha. Para los que amamos el futbol romántico y creemos que es algo más que
dinero la vuelta de Lucarelli a su casa y su renuncia a cobrar más en otro
equipo para vestir los colores que siente y ama es algo digno de elogio. Y si a
ello le sumamos una conciencia de clase como la suya y una implicación completa
en la mejora de la vida de sus conciudadanos más aun.
A día de hoy, entrenador del
Pistoiese, en las regionales italianas, sigue siendo un asiduo a la grada del
Livorno y sigue estando implicado en la vida de su ciudad y su comunidad.
Siendo fiel a las ideas y principios en los que cree. Un verdadero futbolista
implicado, algo digno de admirar en un mundo de cabezas huecas donde lo más
importante es el peinado que lucirán o su nuevo tatuaje.
Gracias Lucarelli.
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