Si algo tiene la Segunda
Guerra Mundial son curiosidades, mitos y leyendas. Que medio mundo se dedique a
matar al otro medio es lo que tiene, que permite grandes actos extraños, alguno
de los cuales ya han sido comentados aquí. Uno de estos mitos, seguramente el
primero si hablamos a nivel cronológico, es la Carga de la Caballería Polaca,
heredera de los míticos Húsares Alados, contra los tanques alemanes que
invadían Polonia en Septiembre de 1939. La historia gano rápidamente fama ya
que era una demostración del honor polaco, de la capacidad de su mítica
caballería, del deber patriótico… Y por desgracia falsa. Sí. Como lo leéis.
Completamente falsa. Eso no ha evitado que muchos historiadores la den por
real. ¿El motivo? Pega bastante con el carácter polaco, como veréis a
continuación.
Polonia es un país antiguo,
que remonta sus raíces al viejo Ducado de Polonia, creado en el año 962 por el
Duque Misceslao I, que fue el primero en convertirse al cristianismo. Situado
entre germanos y eslavos el Ducado se fortalecería y crecería durante la Edad
Media, alcanzando el rango de Reino en el S. XIII. Este crecimiento se
afianzaría en el año 1385 cuando el dirigente de la última gran potencia pagana
de Europa, el Gran Duque de Lituania Vladislav II, se casaba con la Reina de
Polonia y unía ambos reinos en la Unión de Krewo. Esta unión, en un principio
meramente personal, con un Rey que reinaba en ambos reinos por separado, se
convirtió en una unión completa en 1569, cuando tras la muerte sin herederos
del rey anterior los nobles polaco-lituanos decidieron unirse formando un solo
estado por la Unión de Lublin.
A partir de la Unión de Lublin
podemos hablar de un nuevo estado, la Mancomunidad Polaco-Lituana, una
monarquía electiva donde los nobles de ambas naciones, reunidos en el Sejm decidían no solo a su rey, sino las
leyes fundamentales del país. Es considerado por muchos el primer ejemplo de
monarquía parlamentaria en Europa. Verdad era que solo la nobleza tenía derecho
de voto, pero eso suponía un 10% de la población, cantidad mucho mayor que en
otros estados europeos incluso en tiempos posteriores (solo el 3% de la
población tenía derecho a voto en Gran Bretaña en 1867).
Esta Mancomunidad
Polaco-Lituana se convirtió en una de las grandes potencias de Europa en ese
momento; con un territorio que iba desde el Báltico hasta prácticamente el Mar
Negro, como se ve en el mapa superior, con grandes ciudades como Cracovia,
Varsovia o Vilna. Esto le permitió vivir una Época Dorada durante casi un
siglo, pero su situación entre grandes potencias como Rusia, Suecia, el Sacro
Imperio Romano o el Imperio Otomano acabo por perjudicarle, debido sobre todo a
su falta de estabilidad interna causada por su forma de gobierno. El final de
esta época llegó en 1655, con el conocido como el “Diluvio”.
El “Diluvio” es una época de
la historia Polaco-Lituana que está relacionada con las llamadas Guerras del
Norte, que enfrentaron a Rusia, Suecia y Polonia-Lituania y a sus distintos aliados por el control de
la costa del Báltico. Estas guerras desgastaron en exceso a la Mancomunidad que
no pudo hacer nada para detener la invasión sueca en 1655, produciéndose un “diluvio”
de tropas suecas. A esto se unió el cambio de bando de algunos nobles, lo que
llevó a la pérdida de un cuarto de la población del país y al destrozo de su economía
y sus infraestructuras. Esto además llevó a la independencia del Ducado de
Prusia, que se uniría a Brandeburgo, creando problemas mayores en el futuro.
Este momento marcaría el
principio de la decadencia del país y curiosamente el inicio de sus grandes
hazañas bélicas, poco provechosas para el país pero que generaron un prestigio
y una fama enorme a los combatientes polacos. El primero de estos combatientes
fue Jan Sobieski, noble polaco que combatió a los Suecos durante el “Diluvio” y
que gracias a su capacidad se convirtió en hombre de confianza del rey Jan II Casimiro.
Sus victorias contra cosacos, turcos y distintos nobles rebeldes devolvieron la
confianza y el prestigio al ejército polaco-lituano, este prestigio también le
ayudó en sus ambiciones, ya que en 1674, tras la muerte de Miguel I, sucesor de
Jan II Casimiro, fue elegido rey por el Sejm,
convirtiéndose en Jan III Sobieski.
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Jan III Sobieski |
El inicio de su reinado se vio
marcado por una nueva guerra contra los turcos, en la que salió victorioso, y
en 1676 por fin, tras casi 30 años de guerras continuas, la Mancomunidad
Polaco-Lituana conoció la paz. Jan III Sobieski, casado con una francesa, se
acercó durante este periodo de paz a Luis XIV de Francia. El soberano francés
le influenció en muchas de sus
decisiones y esto permitió que su corte se convirtiera en refugio de artistas,
escritores y poetas, gracias a su mecenazgo, pero también generó en él
ambiciones absolutistas, creándole problemas con la nobleza y el Sejm, con el que viviría en constante
lucha.
En mitad de esta lucha llegó la
primera gran hazaña realizada por un ejército polaco sin mucho sentido pero con
mucho valor. En 1683, el Emperador Leopoldo I de Habsburgo mandaba a la
cristiandad un llamado de auxilio, ya que un Ejército Otomano estaba avanzando,
imparable, hacia Viena, ya que con el emperador refugiado en Linz y con la
defensa en manos de 16.000 hombres la ciudad parecía perdida. El Rey de
Polonia-Lituania decidió responder al llamado y en un ambiente de franca
rebelión, Sobieski convocó al Sejm para
pedirles un esfuerzo. Esto enfureció a algunos nobles, que ya estaban cansados
de las políticas de Sobieski y creían que nada se le había perdido a Polonia en
Austria (A ello hay que sumarle que Francia, deseosa de debilitar a Austria, había
sobornado a algunos de ellos) Sobieski, cansado de esperar y harto de su
nobleza marchó hacia Viena con un pequeño ejército que había reclutado el mismo
dejando atrás el terreno abonado para la rebelión e indefenso ante cualquier
ataque desde Hungría (aliados de los Otomanos).
Esta expedición se unió al ejército
reclutado por los Habsburgo en el Sacro Imperio y que reunía tropas de pequeños
estados como Sajonia, Baviera, Suabia, Franconia… dirigidos por Carlos de
Lorena, Generalísimo de los Ejércitos Imperiales. Ambos llegaron a Viena y
levantaron el asedio derrotando en poco más de media hora al Gran Visir Kara
Mustafa en la batalla de Kahlenberg, donde los Húsares Alados Polacos, la elite
de la caballería pesada, orgullo de su país, tuvieron un gran protagonismo
liderando la carga final bajo el mando de su rey. Jan III Sobieski, orgulloso, escribió
una misiva al Papa Inocencio XI anunciándole la victoria parafraseando a Julio
Cesar: "Vinimos, vimos y Dios venció". Esta victoria, y muchas otras
hazañas inútiles que se producirían después, llevarían al escritor polaco del
S. XX Boy-Żeleński a afirmar que “Los húsares polacos siempre se lanzan a la
carga hacia cualquier punto donde no se les ha perdido nada.”
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Los Húsares Alados Polacos |
Esta victoria, que lo consagró
como uno de los grandes militares de su tiempo, fue fatal para su país, que no
solo tuvo que sufrir una invasión húngara prácticamente indefenso, sino que se
vio salpicado por multitud de rebeliones y de luchas internas; lo que provocaría
su decadencia final. El S. XVIII fue de constantes problemas para la
Mancomunidad, que poco a poco fue cayendo bajo la influencia de sus tres poderosos
vecinos, el Sacro Imperio, representado en los Habsburgo, el Reino de Prusia y
Rusia. Aunque entre 1788 y 1792 hubo grandes intentos de reforma, como la
creación de la que sería la primera constitución redactada en Europa en 1791,
nada pudo evitar la llamada “Repartición de Polonia” entre Rusia, Prusia y
Austria en 1795.
Estos problemas internos y la
posterior repartición llevaron a distintos polacos al exilio, ya fuera por
cuestiones políticas o meramente por hambre. Por ejemplo dos de los exiliados políticos
fueron Kazimierz Pułaski y Tadeusz Kościuszko, que se vieron obligados a
exiliarse tras liderar distintos levantamientos contra la influencia rusa y
terminaron, como los Húsares Alados de Sobieski, en un lugar donde no se les había
perdido nada, América del Norte. Ambos colaboraron como generales en la
Independencia Americana mientras su país era desmembrado; muriendo incluso Pułaski
en la Batalla de Savanah.
A partir de aquí Polonia
desapareció de la historia durante casi dos siglos pero no lo hicieron los
polacos, que siguieron combatiendo en guerras en las cuales no se les había perdido
nada por honor o esperando simplemente ayuda para recuperar su país. Unos de
los que tuvieron éxito fueron los polacos de las famosas Brigadas Polacas de Napoleón,
creadas con exiliados tras las particiones y que acabarían creando el Gran
Ducado de Varsovia en 1807, pero que desaparecería, absorbido por el Imperio
Ruso, tras el Congreso de Viena. Pero no fueron los únicos, regimientos de
polacos lucharon en distintas guerras del S. XIX, como la de Unificación de
Italia o en la Franco-Prusiana, siempre de la mano de sus amigos franceses. El éxito
llegaría más de un siglo más tarde, en la Primera Guerra Mundial.
Durante la Gran Guerra los
polacos se vieron obligados a combatir en ambos bandos en el Frente Oriental, sobre
todo en las filas de Austro-Húngaros y Rusos (la población polaca que quedaba
bajo control alemán era más bien poca), pero también fue posible verles, como
no, junto a los franceses en el Frente Occidental. Más de 100.000 polacos (la mayoría
emigrantes que habían salido de Polonia por el hambre tiempo atrás) se
alistaron en la Legión Extranjera, de nuevo lanzándose a la carga en sitios
donde más bien pintaban poco. Este esfuerzo, por suerte, sí que tuvo
recompensa, y gran parte de estos combatientes pudieron volver a su país tras
la guerra, ya que volvía a ser independiente.
¿Y que se encontraron al
regresar? Más guerra. Convencidos por las potencias aliadas para que atacaran
la Revolución Bolchevique se vieron inmersos en la Guerra Ruso-Soviética entre
1919 y 1920 y que cerca estuvo de dejarlos, de nuevo, sin país. Abandonados a
su suerte por sus aliados, algo a lo cual los polacos ya estaban acostumbrados,
consiguieron salvar los muebles en la Batalla de Varsovia y mantener su soberanía
intacta. Esto dejó a los polacos con un país independiente, pero de nuevo bajo
la amenaza de dos grandes potencias, Alemania y Rusia, y además con fronteras difícilmente
defendibles, como el corredor polaco entre Alemania y Prusia Oriental.
Tras el periodo de
entreguerras llegamos a la Segunda Guerra Mundial y al momento de nuestra anécdota
actual. Un breve repaso a la historia polaca nos muestra porque el mito de la “Carga
contra los Panzers” es fácilmente creíble; y es que esas muestras de valentía sin
sentido ni beneficio formaban parte de la idiosincrasia polaca. En realidad el
mito fue creado por unos reporteros de guerra italianos sobre una base real,
como veremos a continuación. La tarde del 1 de Septiembre, primer día de la
guerra, los alemanes avanzaron por el corredor polaco tratando de unir su
territorio. Con el Ejército Alemán avanzando imparable los polacos, abandonados
por sus aliados de nuevo, trataron de retirarse en orden, dejando para cubrir
la retirada al 18º Regimiento de Caballería.
Estos lanceros trataron de retrasar el avance alemán atacando sus flancos y
curiosamente lograron varios éxitos, matando a varios alemanes y desorganizando
las formaciones. Pero finalmente un error les hizo encontrarse con unas
pequeñas tanquetas ametralladoras alemanas, que abrieron fuego haciendo una carnicería
entre la caballería. Cuando al día siguiente los reporteros vieron los cadáveres
los alemanes les afirmaron que habían sido derrotados mientras cargaban contra las
tropas acorazadas. Los polacos, encantados con el mito, lo hicieron suyo, igual
que los alemanes, que lo usaron para mostrar a los polacos como un pueblo
atrasado.
Para no romper la tradición los polacos,
durante la Segunda Guerra Mundial, siguieron combatiendo en lugares donde no se
les había perdido nada, y tras huir de su país retirándose de dos ejércitos (Del
alemán y el soviético, que se unió a la fiesta) se retiraron a Rumanía y Hungría,
donde llegaron armados y en perfecto orden. Estos países les desarmaron pero
les permitieron abandonar el país y marcharse a Francia y Reino Unido, donde seguirían
combatiendo por todo el mundo, llegando a formar una compañía, la 1ª División
Acorazada Polaca que lucía como símbolo las alas de los húsares de Sobieski.
Siguiendo con su sino estos hombres se encontraron al volver a su país tras
la contienda con otra guerra civil, llegando incluso a verse obligados a unirse a los partisanos
anticomunistas… Pero eso es otra historia.